Palabras clave: Batalla de ideas, política, crítica, transformación, diálogo, innovación, cambio de época, amplitud, bloque histórico, lectura, análisis, verdad, belleza, sueños, liberación.

miércoles, 16 de abril de 2014

Cuatro tablas y una Lírica por la Patria

Teatro de calle en la Plaza Diego Ibarra
El inicio de la nueva edición del Festival de Teatro de Caracas coincidió con la conmemoración del nefasto golpe de Estado de 2002, y se perfila como una fiesta dramática que expresará la nueva vitalidad de la Caracas cultural, vibrante, recuperada y libre de fascismo.

Desde tempranas horas de la tarde, la ciudad teatro erigida en medio de la plaza Diego Ibarra fue ocupada por la familia caraqueña. Muchos niños y muchos jóvenes hablando, riendo y corriendo. Señores y señoras sentadas alrededor de la fuente, donde la leve sombra le bajaba dos al calor abrazador del generoso astro. La obra de César Rengifo esperaba al público desde la carpa de la editorial Fundarte, donde también se exhibían títulos como El realismo crítico o Teatro completo.

Detrás de los anaqueles de libros, sentada, una señora hojeaba un libro verde como quien abre un paquete con un imperioso almuerzo. Su gran cartera, y otro ejemplar más grande y chato encima, fungían de improvisada mesa. A su lado, un señor moreno, con un afro blanqueado por los años, con más apariencia de actor que de lector, veía fijamente el ojo de la cámara mientras captaba las portadas. Piezas dispersas, piezas teatrales, identidad cultural, democracia cultural.

El naranja predominante de la tarima recreaba los clásicos balcones del teatro, en un tono similar al naranja vivo del Teatro Nacional, donde una cuadra más abajo, detrás del escenario dispuesto para el teatro de calle, asistiríamos a la representación de Lírica, una obra que desde ya nos permitimos recomendar por su poderoso mensaje de esperanza, por su invitación directa y desesperada al diálogo, por su advertencia ante la posibilidad de la injusta perpetuación del odio y la entronización de la muerte.

Después de comer dos pastelitos sin sabor, ver los esfuerzos de un gato por copular con su hembra y divisar a una mujer gritar agresivamente al aire en increpaciones dirigidas a una rival o algo así, me dirigí con mi amiga hacia la entrada del teatro, cuya ubicación era algo así como el final ―o el principio― de un corredor o eje histórico que comenzaba en el mausoleo a El Libertador o en la Biblioteca Nacional. El azar nos situó en una esquina de la fila M, en un balcón lateral donde la visión quedaba entorpecida por el ángulo y una inveterada ―aunque muy bien restaurada― columna. El inicio fue puntual, y en el patio fueron varias las butacas que quedaron vacías, incluyendo algunas en la primera fila, donde divisé al maestro Chalbaud.

Dos mujeres iniciaron un diálogo sobre un niño, sobre dos niños, sobre una situación circunstancial de esas insólitas que ocurren en la “vida real” y que son el numen del arte. Ellos estudian en la misma escuela y en el mismo salón, son los mejores amigos pero una situación los preocupa y esa preocupación es un hermoso signo de la pureza de su amistad. El padre de uno ha matado al padre del otro, y el victimario está preso. Entre las madres de los niños, la una viuda y la otra prácticamente también, se despierta un odio mecánico que va creciendo a lo largo de la obra, moderado por momentos por la directora del colegio donde estudian los niños, una maestra que ama su trabajo y que representa el compromiso, la razón, el trabajo y la reconciliación.

No es mucho lo que las madres saben del mundo poético en el que están inmersos sus hijos en el mundo de la escuela. Lennon y David tienen tanto en común que ambos están enamorados de la misma niña, Franchesca. Ella, es otra celebración de su amistad, un amor puro y platónico que ha logrado sacar hermosos versos de los niños, palabras que lograrán conmover profundamente a las madres. La relación de los dos niños es mágica, es una Lírica con la que se protegen de los infortunios y carestías de la vida, de las incomprensibles rutinas y desgracias de sus padres.

La brutalidad del odio, las condiciones de su surgimiento, los prejuicios que lo alimentan y la poca voluntad para cobrar conciencia de su enseñoreamiento, son aleccionadores. Más aún, la esperanza que representan las nuevas generaciones y el imperativo humano de no trasladarles, irresponsablemente, ese odio. Los aplausos fueron resonantes.

Subimos por el corredor y de nuevo nos encontramos en la plaza, ya de noche. Mucha más gente, comidas y bebidas, pero sobre todo, Paz. Una paz por la que hay que luchar, una paz que hay que imponer, una paz que se trabaja, una paz que no es precisamente el camino fácil porque lo fácil es el odio.

Entretanto, mi amiga me hablaba de un caso. Las relaciones son complicadas, tenía sentimientos encontrados. Estaba haciendo un esfuerzo sin igual, sin precedentes, para no sentir rencor hacia su ex pareja. Ella, puedo decir, se había especializado en odiar. Pero era el momento de cambiar, de crecer, de aprender a amar; era el momento de la paz.

Publicado en PoderenlaRed.com el 14 de abril

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