Palabras clave: Batalla de ideas, política, crítica, transformación, diálogo, innovación, cambio de época, amplitud, bloque histórico, lectura, análisis, verdad, belleza, sueños, liberación.

viernes, 4 de marzo de 2011

Reflexiones reseñadas sobre el cuarto Foro sobre la Transformación Universitaria realizado en el Centro Internacional Miranda, con Ana J. Bozo y Vladimir Acosta

A. Bozo, moderador y V. Acosta
Desde el pasado mes de enero vienen realizándose en el CIM (Centro Internacional Miranda), una serie de foros donde se vienen haciendo reflexiones y planteamientos sobre el neurálgico tema de la transformación universitaria, que sin duda han sacudido aspectos importantes de esta realidad tan importante para cualquier sociedad que se precie de estar enrumbada hacia una transformación sustancial de su modo de organización. El realizado el día de hoy, 2 de marzo, contó con las participaciones de Ana Julia Bozo y Vladimir Acosta.

Una de las ideas que pareció estar fuera de discusión, fue la de que el problema de fondo no consiste en la aprobación de una ley, sino en la transformación real de la universidad: de sus prácticas académicas, de sus procesos políticos internos, de su razón de ser; del viejo concepto o concepción de universidad.

Luego de las palabras iniciales del moderador, Ana Bozo dio inicio al foro destacando la importancia de un tema cuya discusión –afirmó- se viene dando desde los años 90, particularmente desde la UNESCO; afirmación que seria la primera de una serie de reiteradas alusiones tanto al contexto como a instituciones internacionales. Dentro de este mismo preámbulo, Bozo se preguntó si el tema de la transformación de la educación universitaria era realmente necesaria o, si en cambio era un tema de moda, para de inmediato dejar claro que, efectivamente, la actual situación cultural y civilizatoria por la que atraviesa el mundo, reclama el cambio universitario, particularmente por la evidente caducidad de las actuales perspectivas científicas.

Haciendo alusión a lo que Rafael Correa ha llamado el cambio de época por el que atraviesa el mundo, Bozo afirmó que nuestra universidad ha ignorado el cambio que se está dando en el “ecosistema mundial”, destacando diversos aspectos relacionados a lo que hoy en día se conoce por los conceptos de sociedad de la información y sociedad del conocimiento, como las posibilidades abiertas por la Internet, la democratización, fluidez y dinamismo del conocimiento, entre otros. No obstante el reconocimiento de estas realidades, ciertamente inobjetables, Bozo planteó que existe una fuerte opinión –aunque no especificó quién la tiene ni de donde proviene- que defiende a la universidad como el lugar privilegiado de producción del conocimiento. Habría que preguntarse, aunque sabemos que esta opinión es la opinión de las universidades del norte desarrollado del mundo, si alguna vez las universidades han sido el lugar privilegiado del conocimiento o, considerando la aludida actual fluidez informacional mundial, si pueden y deben seguir siéndolo.

Al preguntarse –con gran pertinencia- de que conocimiento hablamos, tal como se preguntara Edgardo Lander en el ensayo “¿conocimiento para qué, conocimiento para quien?” aunque muy lejos de ésta perspectiva, Bozo distinguió entre dos tipos de conocimiento: el académico y el extraacadémico. En este interesante punto de su exposición, la Dra. en Derecho reconoció que el conocimiento extraacadémico ha venido “cobrando importancia”, trayendo a colación el concepto del diálogo de saberes como práctica impulsada en las universidades que han nacido en los últimos años. No dejó de llamar mi atención, que con todo y este reconocimiento, el discurso terminara virando determinantemente hacia la apología de las universidades “en clave norte” y el clásico desarrollismo.

Enmarcada en el discurso del desarrollo (Escobar), lo que es decir, partiendo de la visión moderna del conocimiento experto puesto al servicio de los procesos de modernización –entiéndase industrialización y crecimiento económico- Bozo destacó la idea de la universidad como protagonista en la superación del “sub-desarrollo” de nuestros países periféricos, subalternos, dependientes. En su prurito por enfatizar la idea de que nuestras instituciones de educación universitaria deben tener la capacidad de dialogar con las universidades en “clave norte”, la Dra. explicó a grandes rasgos un proyecto universitario actualmente en desarrollo en China, que consiste en la creación de diez universidades que tendrían un “perfil mundial”, para el año 2050. Esta preocupación por el contexto mundial –que por supuesto no hay que obviar- colocó muchas veces el discurso de Bozo en una situación subalterna, colonial, frente a las “tendencias contemporáneas”.

De tal manera, entre el conocimiento académico tradicional en crisis y el extraacadémico asociado al diálogo de saberes, no resultó sorpresa la toma de partido de Bozo por las “torres de marfil” -frase utilizada generalmente para referirse críticamente al excesivo enclaustramiento académico separado de la realidad concreta-, que fueron calificadas de “necesarias” si queremos tener una capacidad para dialogar –u ostentar esa capacidad- con las universidades del norte “desarrollado”, y para comprender y asimilar los “sofisticados conocimientos del norte”. Todo esto, por supuesto, desestimando el diálogo de saberes en la medida en que este “pone en peligro” la soberanía científico-tecnológica del país, al alejarnos de las mentadas tendencias mundiales, argumento que recuerda el debate entre las posturas que defienden la soberanía del Estado desde una perspectiva nacionalista frente a las pretensiones intervencionistas, imperiales, y aquellas que plantean una nueva geopolítica interna a partir de los saberes ancestrales de nuestras comunidades originarias, y que también pareciera que pone en cuestión la unidad interna del Estado-nación. Este es realmente un debate que da para mucho.

En términos generales, pensamos que el discurso de Bozo tiende a supeditarse al ámbito internacional, y que refleja jerarquías epistémicas propias del más crudo eurocentrismo. Empero, nos parece que no deja de ser cierto el carácter determinante de algunas tendencias de pensamiento contemporáneas, frente a las cuales necesitamos gente que esté actualizada e incorporada, no tanto para “estar a la altura” como para, en función siempre del interés nacional, tomar de esas tendencias lo que nos sirva para la consecución de nuestros objetivos como país. De la misma forma, me parece que la promoción de un conocimiento contextualizado y por tanto útil y pertinente, no tiene ni debe entrar en contradicción con el diálogo de cara al contexto mundial: nosotros tenemos que tener la capacidad de dialogar con ellos, pero ellos deben tenerla también para dialogar con nosotros.

* * *

Vladimir Acosta, como siempre, fue bastante directo y preciso en su intervención. En acuerdo con Bozo, pudo destacar en su preámbulo que, ciertamente, el debate sobre la transformación universitaria se viene dando desde hace tiempo, y no precisamente desde la UNESCO sino aquí mismo en Venezuela. No es un tema nuevo ni que esté de moda. Eso sí, no todo el tiempo se presentan oportunidades como ésta para dar esos debates de fondo, simplemente inplanteables en otros contextos.

“No se trata de reforma sino de revolución universitaria”, fue la frase que dio comienzo a la exposición de Acosta. De ahí que la transformación universitaria que se necesita, en el espíritu de la distinción que hace Dussel entre reforma y transformación, donde ésta última puede ser parcial o radical (revolución) sea de carácter radical. Es decir, hay que “replantearlo todo”. Hace falta, como diría Núñez Tenorio “renovar la renovación”.

Acosta estuvo ubicado desde el principio en la línea radical, que es la que se necesita si es de transformación de lo que hablamos. Este propuso comenzar por el concepto de universidad, institución que fue ubicada en un grupo de cuatro instituciones no-democráticas, entre las cuales están –no por casualidad- tres de los “controladores sociales del sistema” o, instituciones de la sociedad civil hacedoras de hegemonía:

-    La iglesia
-    La FF.AA.
-    Los medios de comunicación
-    La universidad

Planteando desde el principio la relación universidad-sistema, Acosta recordó que desde la edad media (que es edad media europea), las universidades son instituciones que se han encargado de formar las élites dirigentes de la sociedad. A partir de aquí, la exposición estaría estructurada en cinco puntos fundamentales:

1- La estructura elitesca de las universidades.
Llamadas por él también universidades pre-Montesquieu, en alusión a que no hay en la universidad una minima división de poderes, aquí se señalo la escandalosa falta de democracia que impera particularmente en las universidades autónomas, donde se especificó la gran exclusión que hay en los procesos electorales, situación hartamente denunciada y puesta en cuestión desde hace tiempo, y donde Acosta igualó al inveterado claustro universitario con el convento medieval.

2- Enseñanza y formación universitaria.
Una de las consecuencias de la cartografía del poder mundial nacida con la modernidad capitalista, donde Europa adquiría centralidad mundial desplegando su poderío e instaurando maneras de hacer, ser y pensar, fue la subalternización de los conocimientos producidos en los países no centrales, países (por ejemplo Colombia, Ecuador y Venezuela) donde la configuración social resultante fue una distinción entre élites urbanas, privilegiadas, identificadas con las metrópolis europeas, católicas, patriarcales y racistas de un lado, y mayorías pardas, indígenas, afroamericanas, excluidas, discriminadas, de otro. Herederos de tal colonialismo interno, se comprende la diferencia que Acosta plantea entre las élites del norte y las nuestras.

En dos platos, las élites del norte trabajan para sus países, en su desarrollo, para fortalecer su dominación colonial y neo-colonial, y hasta para convertir sus invenciones en grandes negocios, a diferencia de nuestras élites tropicales que, sí, trabajan, muchas veces demostrando gran talento, pero no para sus países sino en función de intereses foráneos, antinacionales. Este aspecto del debate resulta crucial; más aún luego de las palabras de Gustavo Pereira del pasado 2 de marzo, donde este enfatizó, para nuestra reflexión pero sobre todo para reaccionar y actuar, que a estas alturas no hemos logrado derrotar la penetración ideológica del imperialismo, ni hemos superado el colonialismo intelectual.

Efectivamente, Acosta destacó el carácter colonial de nuestros intelectuales (siempre con las honrosas excepciones) y de las ciencias, particularmente de las ciencias sociales. Ludovico Silva, mofándose de los marxistas ortodoxos, decía que si los loros fueran marxistas fueran marxistas ortodoxos. En ese mismo espíritu, Acosta afirma que nuestras élites se comportan como loros intelectuales, repetidores exquisitos de las frases de los egregios representantes de la ciencia europea. Tal situación, resulta hasta tal punto insostenible y absurda, que si las ciencias sociales están agotadas, como refiere Acosta, nuestros loros intelectuales quedarían como borregos de la peor clase. Pero si tener una elite nacional colonial es ya un problema  -y por lo menos es nacional-, tener unas élites eurocéntricas, alienadas de su realidad concreta y de la realidad inobjetable de que son los norteamericanos y europeos los que, en los últimos años, se han venido para acá a aprender y ver de cerca lo que aquí se hace, eso es mucho peor; pero si además de eso el occidentalismo de estas elites ha entrado en crisis…

3- Desplazamiento de las universidades por otras instancias formativas.
Puede que la universidad en algún momento de nuestra historia, o de la historia del mundo, o de una de sus regiones, haya sido como institución el lugar privilegiado para la producción de conocimientos. Ajá. Pero no deja de ser cierto, que la universidad nunca ha sido el único lugar donde se produce conocimiento, y si aquella ha sido el lugar privilegiado, por supuesto que tendríamos que preguntar ¿privilegiado por qué y por quien?

Porque toda institución es entrópica, contingente, y cuando deja de ser el reflejo de los intereses de la sociedad donde nació, ésta tiene que transformarse para no convertirse en un engendro o, reducto político de una clase política reaccionaria. Para Acosta, la universidad actual es decadente, mediocre, con una estructura que no permite pensar, pero que enseña muy bien a repetir. Entonces tenemos un país en transformación, donde los espacios alternativos de encuentro, discusión y formación se multiplicaron y proliferaron en talleres, conferencias, charlas, cines-foro, seminarios, gratuitos y de calidad, para no hablar de las nuevas universidades que surgieron y del acceso masivo a los libros y la Internet. Evidentemente, hay otras instancias formativas, hay otras formas de aprender, más libres, más democráticas, más profundas, más efectivas. De tal manera que, la centralidad que hoy algunos reclaman para la universidad como centro de producción de conocimiento, como que no tiene mucha justificación ¿no?

4- Definición y función de la universidad.
Actualmente las universidades se definen como “buscadoras de a verdad”. En tal sentido, Acosta arremete contra tal definición porque la universidad –que como su nombre lo sugiere es un lugar donde confluye la universalidad de corrientes de pensamiento- es ante todo una comunidad humana y social, donde se vive, se jode, se conoce gente y la gente se enamora y hace amistades, donde se forman grupos de interés y, en fin, un lugar donde se expanden los horizontes de esas personas que muchas veces encuentran en la universidad, un lugar para afirmar su personalidad y descubrir y realizar su potencial como ser humano. Nos preguntamos ¿Esa es la universidad que tenemos?

Acosta recordó aquí las palabras de Rigoberto Lanz, quien afirmó en su intervención que la universidad debe ser el lugar donde se formen comunidades intelectuales críticas, reflexivas y renovadoras, en constante formación y siempre promoviendo el debate. Acosta, en acuerdo con lo anterior, sólo agregó que esas comunidades no son sólo intelectuales sino humanas, sociales y de vida.

Finalmente,

5- Relación universidad-sociedad.
Se sabe que los departamentos de extensión en las universidades son los que vinculan a éstas con el entorno comunitario, social. Pero para Acosta los departamentos de extensión son sólo un saludo a la bandera. Si una universidad autónoma-tradicional, se encuentra en medio de una sociedad que se encuentra en un proceso de cambio pacífico-democrático hacia otro sistema o modo de organización social, esto no quiere decir que como la universidad debe estar al servicio de la sociedad a la que pertenece, ésta deba definirse como capitalista o socialista, aunque en el caso de las instituciones dirigidas por elites colonial-dependientes, se sabe que en función de esto la universidad es puesta al servicio de la producción y reproducción de un determinado sistema.

Para Acosta la universidad debe ser abierta, debe formar profesionales críticos –lo que pone en entredicho la propia idea que se tiene de profesión-; pero sobre todo debe formar gente capaz de pensar con cabeza propia y –agrego en este caso- gente con conciencia transformadora que con su trabajo sea capaz de incidir en la realidad, propiciando las rupturas necesarias para que fluya la energía creativa anquilosada y reprimida por el sistema, para abrir paso así a los cambios sociales necesarios.

La Transformación integral de la educación universitaria es uno de los debates de la época, donde deben participar todas las generaciones encontradas, asociado intrínsecamente al debate del sistema educativo en todos sus niveles –como bien lo dijo un compañero profesor de escuela primaria-, vinculado además al tema del quiebre de la hegemonía del capitalismo en el mundo, y asociado a factores subjetivos que resulta importante traer a colación porque, como afirmó la profesora María Egilda Castellanos, se podrá tener la ley de educación universitaria más avanzada del mundo, pero eso no significaría nada si no cambiamos nosotros.

Sin duda que la expresión cambiar nosotros, lleva explícitamente la necesidad del cambio cultural sin el cual no podemos pensar en una transformación social estructural que incluya la de la universidad; la transformación de la educación en general. En tal sentido, se encuentran aquí una serie de cuestiones relacionadas con el poder, la tradición, los patrones de éxito, los sentimientos de superioridad y de trascendencia, la idea de vocación y de profesión, entre otros aspectos y situaciones que seguramente tengan que ser debatidas a fondo por las nuevas generaciones. Debates de fondo pues, que hoy tenemos la oportunidad de dar.

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